domingo, 19 de diciembre de 2010

ME GUSTAS

Me gustas cuando ríes y cuando lloras. Me gustas cuando hablas o cuando enmudeces porque de tus silencios siempre se aprende algo. Me gustas cuando sufres porque ese dolor te sale del alma y brota de ti como flechas ensangrentadas que tiñe de tonos rojos el amanecer. Me gustas cuando sueñas porque esos sueños contagian de puro magnetismo. Me gustas cuando tocas el piano porque las notas se esparcen por la estancia inundándolo todo de armoniosa melodía que llena de paz mi alma atormentada. Me gustas cuando amas con ese amor que derriba fronteras y hace que descanse en un remanso de paz. Me gustas por la avidez con que lo miras todo empapándote a rebosar de las cosas bellas de la vida. Me gustas cuando sonríes porque con esa sonrisa iluminas la obscuridad de los obscuros pensamientos. Me gustas cuando haces el amor porque consigues transportarme al cielo de los placeres infinitos. Me gustas por el color de tus ojos verdes empapados del frescor del rocío. Me gustas por tu pelo color oro. Me gustas por tu olor a lavanda después de la ducha. Me gustas porque te conviertes en mi oración de buenas noches y con la que saludo al nuevo día. Me gustas por tus piernas crecientes y tu falda menguante. Me gustas por la frescura de tus pensamientos desbocados cual potrillo al que acaban de destetar. Me gustas por el optimismo gratuito que derrochas con tu sonrisa. Me gustas por tu voz melosa que se cuela en mis sentidos y es capaz de aniquilar mis pensamientos adulterados de sonidos incoherentes. Me gustas por tu entrega generosa. Me gustas por la ternura con la que dices te quiero, te quiero, te quiero. Me gustas porque haces que el gustar sea un gusto. Me gustas porque eres el descanso del guerrero tras una cruenta batalla. Me gustas por permitirme ocupar un plano en tus fotografías, de compartir mi vida contigo. Y me gustas porque me has acompañado hasta la frontera que delimita la vida con la muerte y te sientas a mi lado en esta fría sala a la espera del Juicio Final, mientras observamos como la inmensidad del infinito, nos aleja de esa pelota redonda y achatada por los polos que alguno dio por llamar planeta Tierra. Amén y así sea.

domingo, 24 de octubre de 2010

AUTORRETRATO


Hay ejercicios que me gustan más o menos. Este no me gusta nada. Admiro la capacidad de escribir de los buenos escritores. No me gustan las películas de terror. Odio a los vampiros de colmillos puntiagudos y a los que chupan la sangre sin tenerlos. Tengo un orden desordenado. Mi casa es acogedora y agradable, por lo menos eso dicen mis amigos y los que llaman a la puerta. Me levanto con el convencimiento de que me queda todavía mucho por hacer. Me gustaría morirme sin sentirlo. Me gustan los rompecabezas. Me sorprendió aquel hombre haciendo punto en la familia con la que conviví en Cambridge. No tengo complejos. Por pisar fuerte me he llevado muchos pisotones. Me gustaría romper muchas copas en los brindis. Reconozco que soy un patoso bailando. Me gustan los puzles y crucigramas. Nunca entendí que muchas obligaciones obliguen a tanto. Me gusta el canto de los pájaros y olor de las flores. De todas las metas que me he propuesto me conformaría con lograr al menos una. De pequeño tenía siempre la convicción que nunca me haría mayor. A veces pienso en voz alta para convencerme a mí mismo que lo que digo no es tan tonto. Conozco algunas personas anónimas que deberían dejar de serlo. Me molestan los ruidos. Quiero acabar demasiado pronto mis escritos. No le doy tiempo al tiempo. El tiempo es el paso de la vida. Conocí a una chica que me duró poco, suele ocurrir con las cosas bellas. Miro la piscina de casa en espera del verano. Las paradas de autobuses me recuerdan rostros blanquecinos de cansancio, Soy optimista. Tengo pocos pero buenos amigos. Me gusta el azul marino. No aguanto los zapatos mal colocados. No soy optimista ni pesimista, en eso soy agnóstico. Pienso luego existo aunque a veces no merezca la pena profundizar en muchas cosas. Nunca he entendido por qué dos más dos son cuatro. Mi mujer es la única que me entiende y me soporta más de una hora. Debe quererme mucho. Siempre que escribo creo que la historia es mía, de mi propia cosecha sin detenerme a pensar si alguien se me ha adelantado. No importa la escribo y voy a por otra. Cuando alguien me llama de usted creo que me estoy haciendo viejo. Soy malísimo para recordar caras nuevas por lo que a veces doy la impresión de ser desconsiderado. Cuando no tengo más que escribir pongo Fin y se acabó.

sábado, 16 de octubre de 2010

ME ACUERDO...


Me acuerdo que cuando nací no me acordaba de nada.
Me acuerdo de las primeras gafas que me pusieron. Debía tener seis años y de ellas no puedo olvidar que las patillas rodeaban la oreja, como si la abrazaran, y que acababan en dos bolitas que parecían pendientes. Con horror me acuerdo de la cantidad de tiempo que hubo de pasar hasta que dejaron de llamarme gafotas cuatro ojos en el colegio.
Me acuerdo de las Noches de Reyes, cuando los Reyes Magos eran todavía los Reyes Magos y de la ilusión de unos niños que esperan el paso de las interminables horas para ver los juguetes y cómo temerosos, ávidos de curiosidad, nos las ingeniábamos para intentar pillar "in fraganti" a sus majestades.

Me acuerdo de cuánto me costó conseguir aquel loden verde que estaba de moda.
Me acuerdo de la chica sin nombre que perseguía a hurtadillas calle abajo desde la salida del cine hasta el portal de su casa y con la que nunca llegué a cruzar palabra seguramente más por falta de atrevimiento que por vergüenza.
Me acuerdo de los maravillosos veranos en Punta Umbría, de las múltiples ronchas que plagaban mi cuerpo infringidas por la insoportable plaga de mosquitos que nos atacaban sin piedad a la caída de la tarde.

Me acuerdo de Carmen, mi primer amor verdadero.
Me acuerdo el día examen de conducir y de cómo me temblaba el pie del acelerador mientras un insensible y estático y sudoroso examinador tomaba notas sentado en el asiento trasero del coche.
No me acuerdo de mi primer día en el Servicio Militar. Ni quiero. Pero sí y con todo lujo de detalles del día en que me licencié y devolví el uniforme. Me dejaron los calzoncillos, la camiseta y las botas.
Me acuerdo del asqueroso sabor de los encebollados filetes de hígado y de los vasos de leche templada que nos obligaba a beber mi madre por aquello de que el uno tenía mucho hierro y la otra era rica en calcio.
Me acuerdo del persintente rugido de la olas que bañan la arena y que lograba tranquilizarme tanto que pasaba las horas muertas escuchándolo y contemplando el atardecer mientras el agua salada mojaba los bajos de mis Levi Strauss.
Me acuerdo de la primera vez que toqué los pechos de la que dijo ser mi novia y luego resultó un putón verbenero.
Me acuerdo que era capaz de distinguir mediante el olor las estaciones en que nos encontrábamos. Así la primavera me olía a plantas, el verano a calor y sequedad. El invierno olía a frío y a madera quemada de las chimeneas de las casas de piedra de los pueblos de montaña. El otoño... el otoño a tristeza, caída de las hojas, desesperación...
Me acuerdo de mi primer día de trabajo. Corbata de nudo estrecho y traje de chaqueta estrenado para tan memorable acontecimiento.
Me acuerdo de mi primera paga que no me llegó ni hasta mediado de mes. Era un octubre de hace mucho tiempo.
Me acuerdo de que si tuviera que recordar todo, me faltaría tiempo.
Me acuerdo de mis padres ya fallecidos y de sus amigos que lo van haciendo.
No me acuerdo de lo que no quiero recordar y si lo hago intento rechazarlo al momento.
No acuerdo de las Misas en latín pero perfectamente de los cubatas de las tardes de guateques.
Me acuerdo de todas mis musas y muchas veces envidio a las de otros.
Me acuerdo de mi primer coche. Un renault cuatro blanco que tenía tres marchas y la de atrás.
Me acuerdo de la vergüenza del pedir en la farmacia condones entremezclados entre las aspirinas y las sales de fruta eno.

Me acuerdo de tardes interminables de inviernos lluviosos.
Me acuerdo de los castigos.
Me acuerdo del día que me prejubilé como una liberación de múltiples ataduras.

Y espero nunca acordarme del día en que me muera.

jueves, 1 de julio de 2010

viernes, 7 de mayo de 2010

ODIO LOS LUNES




Odio los lunes porque preceden a los domingos de descanso tras un fin de semana de agitados contoneos. Odio los lunes porque llevan implícito el sonido áspero, frío, desalmado del despertador que desparrama su tic-tac cerca de mi oído impidiéndome escuchar tu acompasada respiración.
Odio los lunes que me transportan al duro trabajo de la vida cotidiana, de la oficina con su demacrado e insulso jefe de sección al que no debo ni he hecho nada.
Odio los lunes con sus números y decimales, con sus reglas de tres, con sus noticias macabras de sucesos infinitos, con sus autobuses que no se detienen en las paradas.
Odio los lunes que me separan durante diez interminables horas de ti. Odio los lunes de resaca que me impiden observar con claridad las cosas bellas de la vida.
Los odio tanto que desearía borrarlos del almanaque sin conseguir nada más que sigan acosandome, apuntándome con el dedo cual fusil que dispara tapones de corcho sin matarme.
Y odio los lunes, sobre todo aquel en que me dijiste ya no te quiero.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Y AL SEPTIMO DIA DESCANSÓ

Y al séptimo día descansó con la tranquilidad de los que, durante mucho tiempo, han hecho bien la tarea, de los que regresan a casa buscando el refugio del guerrero después de una cruenta batalla que se inicia con el estruendoso sonido del despertador al despuntar el alba.
Y al séptimo día descansó en brazos de su amada observando como los niños se han hecho mayores y los mayores ya pintan canas.
Al séptimo día de la sexta y pico década de agotadoras jornadas laborales, entre aplausos de compañeros, apretones de manos de jefes, halagos y fotografías que plasman el momento, ha llegado la hora de cerrar tras de sí la puerta, de la misma forma que la había abierto hace muchos años, sin hacer ruido, sin que nadie note su presencia, sin que nadie repare en su insignificante cuerpo enfundado en el raído traje gris y corbata pasada de moda.
Y al séptimo día descansó con un merecido descanso.

viernes, 30 de abril de 2010

CARTA PARA UNA TRISTE DESPEDIDA

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Querida mamá:

A las tres de la madrugada casi no queda nadie en el recinto y las pocas luces que iluminan las salas, van dando paso a la más profunda oscuridad a medida que sus ocupantes cierran las puertas y se encaminan con lentitud y ojos hinchados hacia la salida del Tanatorio . El bullicio que ha reinado durante toda la jornada, da paso al mayor de los recogimientos. Hace horas que marchó el último de los que se acercaron a despedirse de ti y que me conminaron a que también me retirase a descansar. El sepulcral silencio que reina hace que fluyan sentimientos contradictorios en los que se entremezclan la realidad con la ficción, el desazón con la más ingrata melancolía, la vida con la muerte.....
Y aquí estoy sentado frente a ti, separado por el odioso y grueso cristal que me impide tocar tu cara, besar tu frente y decirte al oído todo lo que nunca salió de mis labios, todo lo que se me queda en el tintero y que nunca te conté, quizá por recelo, o vergüenza, o pudor o tal vez por miedo.
Y aquí estoy también sin saber si soy quien te acompaña o eres tú la que con tu último aliento de despedida, tratas de infundirme el valor para afrontar lo que me queda de existencia y la serenidad con la que te alejas llevándote de este mundo los deberes bien hechos.
Intento, mamá, sin conseguirlo, ser fuerte como me dijiste, tener la mente en positivo. Pensar que solo es una separación transitoria, un lapsus ínfimo de tiempo, pero me es tan imposible como controlar el vertido de las lágrimas que brotan sin cesar de mis ojos y me nublan la vista.
Mientras te miro por última vez, veo como si de tus labios inertes, se escapara una leve sonrisa y que un soplo de viento me recorre como augurio de tu último adios.
Ya cierran el ataud y con él una página trascendental de mi vida escrita en letras doradas y con tintes rojos.
La claridad, me transporta a ruidos de nuevas pisadas, al alboroto de cerraduras que se abren y van dejando entrar almas henchidas de pena y ávidas de recuerdos.
El amanecer, me llena, por unos instantes, de una paz infinita que deseo no me falte nunca.
Es la paz de los que se marchan. De los que nos dejan.
Y la paz de los que, aunque lejos, desean no caer en el olvido.




viernes, 23 de abril de 2010

OLE, OLE Y OLE



Ole, Ole y Ole los andares con los que pasas por la cancela de la puerta. Ole tu saleroso contoneo. Ole tu pelo lacio que se columpia mecido por la brisa del atardecer que sube por la ladera del río. Ole tu cara mofletuda y redonda. Ole tus ojos marrones. Ole tu barbilla firme que tiembla ligeramente cuando las lágrimas la recorren para estrellarse con estrépito entre tus pechos firmes. Ole tu fino cuello, tus labios carnosos siempre ávidos de besos. Ole tus mejillas sonrosadas. Ole tu perfume que embriaga mis sentidos de aroma de lavanda y azahar. Ole tu falda corta y tus piernas largas .Ole tus pies rozando descalzos la fina arena mientras los bañan las olas de la playa.
Ole tu corazón que me ha conquistado y atontada me tiene la cabeza. Ole tu amor bonito y sincero. Ole tú misma, toda entera. Ole por la bondad y por la paciencia con que aguantas mis desvaríos , defectos , mi genio y mis inseguridades. Ole por tus caricias, por tus miradas indulgentes. Ole por tus desvelos cuando algo hace zozobrar nuestra débil barquilla.
Ole por esa sonrisa que difumina todas mis penas.
Ole, Ole y Ole por estar siempre a mi lado en los momentos tristes cuando hasta la lluvia llora y en los momentos dulces cuando el sol sonríe. Ole por arroparme entre tus brazos, por velar mi sueño y acurrucárte en mi pecho innundándolo de felicidad.
Ole, Ole y Ole por tu amor desmedido y desinteresado, por la seguridad que me trasmites en momentos duros y difíciles.
Ole por ser siempre tú.
Y Ole, Ole y Ole, Elena, si me atreviera a decírtelo a la cara.

jueves, 1 de abril de 2010

COSAS QUE PASAN

" Escribir no es placentero. Es un trabajo duro y se sufre mucho. Por momentos uno se siente un inepto: la sensación de fracaso es enorme y eso significa que no hay sentimiento de satisfacción o de triunfo. Pero el problema es peor si no escribo: me siento perdido. Si no escribo, siento que mi vida carece de sentido".
Paul Auster.

martes, 16 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

LO QUE NUNCA PROBE y tuve que probar


Siete menos cuarto de la mañana. Frío que se te cuela por cualquier abertura de la ropa y te deja congelado. Y aquí estoy yo sin saber muy bien lo que pinto en este "embolao" en que me ha metido Teresa. No sé si con la buena intención de comprobar si escribo o por un ansia irrefrenable de cachondearse de este pobre contador de historias. El caso es que me voy a enfrentar a uno de los mayores retos desde que mis hijos dejaron de ser pequeños.
En el pueblo donde vivo existen varias guarderías que hoy les ha dado por llamar escuelas infantiles, donde los padres no tienen más remedio que dejar a sus niños y los niños de dejar a sus padres. Pues bien, en una de éstas trabaja mi hija que, al enterarse de qué trataba el tema del ejercicio de esta semana, me propuso pasar un día en su clase para comprobar "in situ" que el sufrimiento de los cristianos al salir a la arena del circo es directamente proporcional al de un inexperto bregando con quince niños de edades comprendidas entre uno y tres años.
Si digo la verdad, hubiera deseado que fuese Domingo para que no abrieran o que se tratara de una pesadilla, Pero no. Calle arriba se acercaba Miriam con la llave de la puerta y entramos. Clases vacías que poco a poco se van llenando de rostros invadidos aún por el sueño de un día que aún no acaba de despuntar. Primeros enanos, primeros llantos que se van contagiando y haciéndose insoportables a medida que el aforo se completa. Primera toma de contacto: el recuento. De los quince, catorce. Un enfermo declarado y varios presentes en estado deplorable, plagados de mocos que untan al de al lado, o de toses que respiran directamente los vecinos de trona o de mesa. Comienza el desayuno. Batalla campal donde vuelan bollos por los aires, caen colacaos, chupan tetinas de los biberones o intentan meterse galletas los unos a los otros .Toque de atención de mi hija y de la compañera que está de apoyo hasta lograr poner un poco de orden y que el desayuno acabe en buena liz..
A continuación un problema que me tiene a mí de protagonista. No me conocen. Circunstancia que a unos no les afecta lo más mínimo pero que a otros les inculco tal pánico que comienzan a berrear. Es curioso el poder de convocatoria que tienen los llantos pues a los cinco primeros, paulatinamente se suman otros más y más y yo sin saber si debía abandonar el recinto o hacerme invisible.
Siguiente paso, cambio de pañales. Ni que decir tiene que me viene el recuerdo del ejercicio que sobre el olfato escribió Juan el otro día. Si volvéis a leerlo comprenderéis en el estado que quedó mi estómago ante la magnitud de detritus, colores, durezas y olores.
En fin, de diez a once la hora en que las cámaras se conectan a internet y los padres pueden ver a sus hijos en vivo y en directo como juegan, realizan ejercicios psicomotores, o como se ponen hasta arriba de plastelina y pinturas y los babys empiezan a colorearse de todos los tonos menos del original. Guerra de juguetes en el que todos quieren el mismo. Intercambio de chupetes o robo descarado del de los más débiles. Ya se sabe la ley de la jungla o del más fuerte. Es en este punto cuando las madres de los agredidos comienzan a llamar y los télefonos echan humo en auxilio de sus vástagos. Que si fulanito va descalzo, que si estoy viendo que mi hija va caerse de la trona. Que si no le hacen caso a su Pablito, etc.etc,etc.
En fila india y de la mano, todos bien abrigados porque aunque luce el sol la temperatura es fría, toca el momento de salir al patio ocurriendo con más ímpetu si cabe, una batalla campal por ser los primeros en tirarse por el tobogan o por la posesión de éste u otro juguete desparramado sin orden ni concierto por el recinto. Risas y llantos se entremezclan, el uno que quiere que le suban en brazos, la otra que la bajen.
Después de haber intentado que recogan y tras un rato sentados en corro, llega la hora de la comida que, si en el desayuno se había formado lo que relaté, no tiene nada que ver en intensidad lo que se vive en este momento. Unos abren la boca mientras otros la cierran, todo entremezclado con buches, arcadas, bolas incapaces de tragar, sin dejar de lado a los que el cansancio empieza a pasar factura quedándose completamente traspuestos sobre el plato aún a medias. Al terminar vuelta con el cambio de pañales y el despliegue de unas pequeñas camas en cuyas sabanas están dibujados animales distintos con objeto de ser reconocidas por cada uno.
Por fin se cierran las persianas y, en penumbra, van quedándose dormidos. Las profesoras bajan a comer por turnos y, por una vez en tantas horas reina, el silencio, la calma y la quietud en todas las clases. Aún falta la tarde con más actividades que concluyen a medida que los niños meriendan y esperan que paulatinamente vengan los padres por ellos.
Pero esa será otra historia que pretendo no contar y una experiencia nunca vivida y que no quisiera repetir.
Abrí la puerta de la calle y casi sin despedirme huí a toda velocidad de tal manera que aún hoy Domingo con la respiración entrecortada, sigo corriendo, corriendo, corriendo...
P.D. Sirva este relato como homenaje a todas las profesoras y auxiliares de educación infantil.

viernes, 5 de febrero de 2010

Bienvenidos a mi blog





Me llamo José y lo que pretendo es contaros retales de una vida que aún siendo consciente de que si la comparamos con la de multitud de personas que se han destacado por la huella dejada durante el paso de su existencia, me parece ridícula y aún ahora que comienzo a escribirla me hace sonrojar. Espero que seáis magnánimos a la hora de juzgarme ya que lo único que pretendo es amenizaros los tediosos trayectos sentados en el autobús, en el metro o en cualquier medio que utilicéis para ir a vuestro trabajo, o simplemente para evitar que tengáis que contar ovejitas a la hora de intentar conciliar el sueño. Me gustaría que solo lo vierais como ésto, sin otro tipo de connotación, que por otra parte creo sometería a un juicio de valor desorbitado a este pobre proyecto de escritor o contador de cosas que pasan o de cosas que han pasado. Me permitiréis alguna licencia y comprenderéis que se producirán situaciones en las que no quiera ni pueda entrar por preservar una intimidad que en todo caso estará justificada.
Suma pretendo que sea una acumulación de lo vivido y de lo que está por llegar.
Y vive como un grito de esperanza.