Odio los lunes porque preceden a los domingos de descanso tras un fin de semana de agitados contoneos. Odio los lunes porque llevan implícito el sonido áspero, frío, desalmado del despertador que desparrama su tic-tac cerca de mi oído impidiéndome escuchar tu acompasada respiración.
Odio los lunes que me transportan al duro trabajo de la vida cotidiana, de la oficina con su demacrado e insulso jefe de sección al que no debo ni he hecho nada.
Odio los lunes que me transportan al duro trabajo de la vida cotidiana, de la oficina con su demacrado e insulso jefe de sección al que no debo ni he hecho nada.
Odio los lunes con sus números y decimales, con sus reglas de tres, con sus noticias macabras de sucesos infinitos, con sus autobuses que no se detienen en las paradas.
Odio los lunes que me separan durante diez interminables horas de ti. Odio los lunes de resaca que me impiden observar con claridad las cosas bellas de la vida.
Los odio tanto que desearía borrarlos del almanaque sin conseguir nada más que sigan acosandome, apuntándome con el dedo cual fusil que dispara tapones de corcho sin matarme.
Y odio los lunes, sobre todo aquel en que me dijiste ya no te quiero.