viernes, 7 de mayo de 2010

ODIO LOS LUNES




Odio los lunes porque preceden a los domingos de descanso tras un fin de semana de agitados contoneos. Odio los lunes porque llevan implícito el sonido áspero, frío, desalmado del despertador que desparrama su tic-tac cerca de mi oído impidiéndome escuchar tu acompasada respiración.
Odio los lunes que me transportan al duro trabajo de la vida cotidiana, de la oficina con su demacrado e insulso jefe de sección al que no debo ni he hecho nada.
Odio los lunes con sus números y decimales, con sus reglas de tres, con sus noticias macabras de sucesos infinitos, con sus autobuses que no se detienen en las paradas.
Odio los lunes que me separan durante diez interminables horas de ti. Odio los lunes de resaca que me impiden observar con claridad las cosas bellas de la vida.
Los odio tanto que desearía borrarlos del almanaque sin conseguir nada más que sigan acosandome, apuntándome con el dedo cual fusil que dispara tapones de corcho sin matarme.
Y odio los lunes, sobre todo aquel en que me dijiste ya no te quiero.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Y AL SEPTIMO DIA DESCANSÓ

Y al séptimo día descansó con la tranquilidad de los que, durante mucho tiempo, han hecho bien la tarea, de los que regresan a casa buscando el refugio del guerrero después de una cruenta batalla que se inicia con el estruendoso sonido del despertador al despuntar el alba.
Y al séptimo día descansó en brazos de su amada observando como los niños se han hecho mayores y los mayores ya pintan canas.
Al séptimo día de la sexta y pico década de agotadoras jornadas laborales, entre aplausos de compañeros, apretones de manos de jefes, halagos y fotografías que plasman el momento, ha llegado la hora de cerrar tras de sí la puerta, de la misma forma que la había abierto hace muchos años, sin hacer ruido, sin que nadie note su presencia, sin que nadie repare en su insignificante cuerpo enfundado en el raído traje gris y corbata pasada de moda.
Y al séptimo día descansó con un merecido descanso.