Querida mamá:
A las tres de la madrugada casi no queda nadie en el recinto y las pocas luces que iluminan las salas, van dando paso a la más profunda oscuridad a medida que sus ocupantes cierran las puertas y se encaminan con lentitud y ojos hinchados hacia la salida del Tanatorio . El bullicio que ha reinado durante toda la jornada, da paso al mayor de los recogimientos. Hace horas que marchó el último de los que se acercaron a despedirse de ti y que me conminaron a que también me retirase a descansar. El sepulcral silencio que reina hace que fluyan sentimientos contradictorios en los que se entremezclan la realidad con la ficción, el desazón con la más ingrata melancolía, la vida con la muerte.....
Y aquí estoy sentado frente a ti, separado por el odioso y grueso cristal que me impide tocar tu cara, besar tu frente y decirte al oído todo lo que nunca salió de mis labios, todo lo que se me queda en el tintero y que nunca te conté, quizá por recelo, o vergüenza, o pudor o tal vez por miedo.
Y aquí estoy también sin saber si soy quien te acompaña o eres tú la que con tu último aliento de despedida, tratas de infundirme el valor para afrontar lo que me queda de existencia y la serenidad con la que te alejas llevándote de este mundo los deberes bien hechos.
Intento, mamá, sin conseguirlo, ser fuerte como me dijiste, tener la mente en positivo. Pensar que solo es una separación transitoria, un lapsus ínfimo de tiempo, pero me es tan imposible como controlar el vertido de las lágrimas que brotan sin cesar de mis ojos y me nublan la vista.
Mientras te miro por última vez, veo como si de tus labios inertes, se escapara una leve sonrisa y que un soplo de viento me recorre como augurio de tu último adios.
Ya cierran el ataud y con él una página trascendental de mi vida escrita en letras doradas y con tintes rojos.
La claridad, me transporta a ruidos de nuevas pisadas, al alboroto de cerraduras que se abren y van dejando entrar almas henchidas de pena y ávidas de recuerdos.
El amanecer, me llena, por unos instantes, de una paz infinita que deseo no me falte nunca.
Es la paz de los que se marchan. De los que nos dejan.
Y la paz de los que, aunque lejos, desean no caer en el olvido.