Cuentan que por aquellos tiempos, un labriego
volvía a casa una tarde de calor sofocante con la bolsa repleta de monedas fruto de la venta de las hortalizas que cultivaba con esmero en el terreno que era de su propiedad, y con él, una
preciosa morisca que había comprado en la subasta de esclavos. Tan hermosa era que a su paso tanto hombres como mujeres, dejaban sus labores para admirar a la que con ojos asustados, se contorneaba al ritmo del vaivén del destartalado carromato.
Era la joven tan hacendosa, que limpiaba, cocinaba, faenaba en los campos y con una gratitud infinita cuidaba del hombre que la había rescatado del tormentoso futuro que le aguardaba de haber caído en otras manos.
Pronto la expectación que emanaba esta criatura generó que mozos barbilampiños, jóvenes de lívido insaciable, hombres solteros y casados, buscaran innumerables pretextos para conseguir sus favores, pues de todos era conocido la avanzada edad de su dueño y el poco apetito sexual con
que debería satisfacer a la moza.
No ajeno a tales circunstancias y temeroso de que algún desalmado, la desflorara, decidió encerrarla por la noche y liberarla con la llegada del alba.
Un día de fiesta, acertó a pasar por los alrededores un buhonero charlatán que vendía pócimas que remediaban cualquier mal, incluido el de la fogosidad que debe preceder a los amores.
Atraído por sus incesantes voceríos, y comprobada la eficacia de sus remedios, púsose el hombre en la fila donde los parroquianos esperaban los suyos para aliviar sus dolencias. Cuando le tocó el turno, expuso su inquietud por no poder satisfacer a su esclava, a lo que el charlatán, joven de buena presencia, le respondió que debía conocer a la moza para evaluar si su pócima haría efecto.
Quedaron en verse al atardecer y fue tal lai mpresión que ella causó en él y el rubor sofocante de ansia desbordada que afloró en la muchacha que un deseo irrefrenable nació como un pacto de silencioso amorío.
- Tengo la solución a su problema- dijo al labriego poniéndole en las manos una botella de líquido negruzco de la que debía probar un trago cada noche y durante una temporada. Sólo dos condiciones tenía que guardar. No tocar fémina alguna en tanto el remedio no surtiera el efecto deseado y no pagarle hasta comprobar los milagrosos resultados.
Muy contento el hombre regresó a su casa ydespués de proceder al encierro de su preciosa criatura, tomó, no uno, ni dos, sino tres largos tragos vaciando a la mitad el contenido del frasco, notando como el líquido recorría su cuerpo y un irrefrenable sopor le invadía quedando profundamente dormido, circunstancia que propició el encuentro de los jóvenes que se amaron sin cesar una y otra vez, y otra vez más.
Y folgaron, folgaron, folgaron.
Y retozaron, retozaron, retozaron.
Y pasó el tiempo y con él, más noches y más amoríos hasta que tan bella flor quedó embarazada, con el consiguiente disgusto por las represalias que el amo iba a tomar.
Y el joven decidió poner fin a tales escarceos.
Y así una la noche, cuando el anciano tras encerrarla, tomó los tragos convenidos y el sueño no tardó en llegar, el frenético y cumplidor amante aprovechó a desnudarlo y depositarlo en el catre de la moza que de la misma guisa yacía.
A la mañana siguiente, atónito despertó el anciano y viéndose despojado de sus prendas y al lado de una muchacha que se desperezaba satisfecha creyó que la ventura había llamado por fin a su puerta.
- ¿Qué sueños ha tenido, mi señor? –preguntó.
- Placenteros, a fe mía, placenteros.
Y así con la felicidad en el rostro, pagó l osservicios al buhonero quien, silbando una melodía, azuzó los viejos percherones que tiraban de su destartalado carromato, hasta desaparecer por un recodo del camino.
Moraleja:
Cuando al despertar tu cuerpo veas desnudo, asegúrate que “tu falo” por la noche ha estado duro.
volvía a casa una tarde de calor sofocante con la bolsa repleta de monedas fruto de la venta de las hortalizas que cultivaba con esmero en el terreno que era de su propiedad, y con él, una
preciosa morisca que había comprado en la subasta de esclavos. Tan hermosa era que a su paso tanto hombres como mujeres, dejaban sus labores para admirar a la que con ojos asustados, se contorneaba al ritmo del vaivén del destartalado carromato.
Era la joven tan hacendosa, que limpiaba, cocinaba, faenaba en los campos y con una gratitud infinita cuidaba del hombre que la había rescatado del tormentoso futuro que le aguardaba de haber caído en otras manos.
Pronto la expectación que emanaba esta criatura generó que mozos barbilampiños, jóvenes de lívido insaciable, hombres solteros y casados, buscaran innumerables pretextos para conseguir sus favores, pues de todos era conocido la avanzada edad de su dueño y el poco apetito sexual con
que debería satisfacer a la moza.
No ajeno a tales circunstancias y temeroso de que algún desalmado, la desflorara, decidió encerrarla por la noche y liberarla con la llegada del alba.
Un día de fiesta, acertó a pasar por los alrededores un buhonero charlatán que vendía pócimas que remediaban cualquier mal, incluido el de la fogosidad que debe preceder a los amores.
Atraído por sus incesantes voceríos, y comprobada la eficacia de sus remedios, púsose el hombre en la fila donde los parroquianos esperaban los suyos para aliviar sus dolencias. Cuando le tocó el turno, expuso su inquietud por no poder satisfacer a su esclava, a lo que el charlatán, joven de buena presencia, le respondió que debía conocer a la moza para evaluar si su pócima haría efecto.
Quedaron en verse al atardecer y fue tal lai mpresión que ella causó en él y el rubor sofocante de ansia desbordada que afloró en la muchacha que un deseo irrefrenable nació como un pacto de silencioso amorío.
- Tengo la solución a su problema- dijo al labriego poniéndole en las manos una botella de líquido negruzco de la que debía probar un trago cada noche y durante una temporada. Sólo dos condiciones tenía que guardar. No tocar fémina alguna en tanto el remedio no surtiera el efecto deseado y no pagarle hasta comprobar los milagrosos resultados.
Muy contento el hombre regresó a su casa ydespués de proceder al encierro de su preciosa criatura, tomó, no uno, ni dos, sino tres largos tragos vaciando a la mitad el contenido del frasco, notando como el líquido recorría su cuerpo y un irrefrenable sopor le invadía quedando profundamente dormido, circunstancia que propició el encuentro de los jóvenes que se amaron sin cesar una y otra vez, y otra vez más.
Y folgaron, folgaron, folgaron.
Y retozaron, retozaron, retozaron.
Y pasó el tiempo y con él, más noches y más amoríos hasta que tan bella flor quedó embarazada, con el consiguiente disgusto por las represalias que el amo iba a tomar.
Y el joven decidió poner fin a tales escarceos.
Y así una la noche, cuando el anciano tras encerrarla, tomó los tragos convenidos y el sueño no tardó en llegar, el frenético y cumplidor amante aprovechó a desnudarlo y depositarlo en el catre de la moza que de la misma guisa yacía.
A la mañana siguiente, atónito despertó el anciano y viéndose despojado de sus prendas y al lado de una muchacha que se desperezaba satisfecha creyó que la ventura había llamado por fin a su puerta.
- ¿Qué sueños ha tenido, mi señor? –preguntó.
- Placenteros, a fe mía, placenteros.
Y así con la felicidad en el rostro, pagó l osservicios al buhonero quien, silbando una melodía, azuzó los viejos percherones que tiraban de su destartalado carromato, hasta desaparecer por un recodo del camino.
Moraleja:
Cuando al despertar tu cuerpo veas desnudo, asegúrate que “tu falo” por la noche ha estado duro.