martes, 16 de marzo de 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

LO QUE NUNCA PROBE y tuve que probar


Siete menos cuarto de la mañana. Frío que se te cuela por cualquier abertura de la ropa y te deja congelado. Y aquí estoy yo sin saber muy bien lo que pinto en este "embolao" en que me ha metido Teresa. No sé si con la buena intención de comprobar si escribo o por un ansia irrefrenable de cachondearse de este pobre contador de historias. El caso es que me voy a enfrentar a uno de los mayores retos desde que mis hijos dejaron de ser pequeños.
En el pueblo donde vivo existen varias guarderías que hoy les ha dado por llamar escuelas infantiles, donde los padres no tienen más remedio que dejar a sus niños y los niños de dejar a sus padres. Pues bien, en una de éstas trabaja mi hija que, al enterarse de qué trataba el tema del ejercicio de esta semana, me propuso pasar un día en su clase para comprobar "in situ" que el sufrimiento de los cristianos al salir a la arena del circo es directamente proporcional al de un inexperto bregando con quince niños de edades comprendidas entre uno y tres años.
Si digo la verdad, hubiera deseado que fuese Domingo para que no abrieran o que se tratara de una pesadilla, Pero no. Calle arriba se acercaba Miriam con la llave de la puerta y entramos. Clases vacías que poco a poco se van llenando de rostros invadidos aún por el sueño de un día que aún no acaba de despuntar. Primeros enanos, primeros llantos que se van contagiando y haciéndose insoportables a medida que el aforo se completa. Primera toma de contacto: el recuento. De los quince, catorce. Un enfermo declarado y varios presentes en estado deplorable, plagados de mocos que untan al de al lado, o de toses que respiran directamente los vecinos de trona o de mesa. Comienza el desayuno. Batalla campal donde vuelan bollos por los aires, caen colacaos, chupan tetinas de los biberones o intentan meterse galletas los unos a los otros .Toque de atención de mi hija y de la compañera que está de apoyo hasta lograr poner un poco de orden y que el desayuno acabe en buena liz..
A continuación un problema que me tiene a mí de protagonista. No me conocen. Circunstancia que a unos no les afecta lo más mínimo pero que a otros les inculco tal pánico que comienzan a berrear. Es curioso el poder de convocatoria que tienen los llantos pues a los cinco primeros, paulatinamente se suman otros más y más y yo sin saber si debía abandonar el recinto o hacerme invisible.
Siguiente paso, cambio de pañales. Ni que decir tiene que me viene el recuerdo del ejercicio que sobre el olfato escribió Juan el otro día. Si volvéis a leerlo comprenderéis en el estado que quedó mi estómago ante la magnitud de detritus, colores, durezas y olores.
En fin, de diez a once la hora en que las cámaras se conectan a internet y los padres pueden ver a sus hijos en vivo y en directo como juegan, realizan ejercicios psicomotores, o como se ponen hasta arriba de plastelina y pinturas y los babys empiezan a colorearse de todos los tonos menos del original. Guerra de juguetes en el que todos quieren el mismo. Intercambio de chupetes o robo descarado del de los más débiles. Ya se sabe la ley de la jungla o del más fuerte. Es en este punto cuando las madres de los agredidos comienzan a llamar y los télefonos echan humo en auxilio de sus vástagos. Que si fulanito va descalzo, que si estoy viendo que mi hija va caerse de la trona. Que si no le hacen caso a su Pablito, etc.etc,etc.
En fila india y de la mano, todos bien abrigados porque aunque luce el sol la temperatura es fría, toca el momento de salir al patio ocurriendo con más ímpetu si cabe, una batalla campal por ser los primeros en tirarse por el tobogan o por la posesión de éste u otro juguete desparramado sin orden ni concierto por el recinto. Risas y llantos se entremezclan, el uno que quiere que le suban en brazos, la otra que la bajen.
Después de haber intentado que recogan y tras un rato sentados en corro, llega la hora de la comida que, si en el desayuno se había formado lo que relaté, no tiene nada que ver en intensidad lo que se vive en este momento. Unos abren la boca mientras otros la cierran, todo entremezclado con buches, arcadas, bolas incapaces de tragar, sin dejar de lado a los que el cansancio empieza a pasar factura quedándose completamente traspuestos sobre el plato aún a medias. Al terminar vuelta con el cambio de pañales y el despliegue de unas pequeñas camas en cuyas sabanas están dibujados animales distintos con objeto de ser reconocidas por cada uno.
Por fin se cierran las persianas y, en penumbra, van quedándose dormidos. Las profesoras bajan a comer por turnos y, por una vez en tantas horas reina, el silencio, la calma y la quietud en todas las clases. Aún falta la tarde con más actividades que concluyen a medida que los niños meriendan y esperan que paulatinamente vengan los padres por ellos.
Pero esa será otra historia que pretendo no contar y una experiencia nunca vivida y que no quisiera repetir.
Abrí la puerta de la calle y casi sin despedirme huí a toda velocidad de tal manera que aún hoy Domingo con la respiración entrecortada, sigo corriendo, corriendo, corriendo...
P.D. Sirva este relato como homenaje a todas las profesoras y auxiliares de educación infantil.